Mi relación con la soledad (y cómo a veces me reconcilio con ella)

 Siempre pensé que la soledad era algo malo. Una señal de fracaso. Algo de lo que debía escapar.

Durante mucho tiempo, llené mis días de ruido, personas, actividades, porque estar sola me parecía insoportable. Tenía miedo de escuchar mis propios pensamientos. Me dolía enfrentarme a lo que sentía.

Pero hubo momentos en los que la vida me dejó sola, aunque no lo eligiera. Y ahí descubrí algo inesperado: la soledad no siempre es enemiga. A veces es dura, fría y me hace sentir invisible. Pero otras veces es un espacio silencioso donde puedo respirar, llorar tranquila o reencontrarme conmigo misma.

No soy la mujer iluminada que disfruta siempre de estar sola. A veces me pesa como una piedra. Me hace dudar de mi valor, me convence de que nadie me quiere cerca.

Pero también he aprendido que la soledad puede ser una puerta. Una puerta hacia el silencio, hacia escuchar lo que realmente quiero, hacia dejar de fingir para los demás.

Hoy no sé si podría decir que amo la soledad. Pero he dejado de huir de ella. Cuando viene, trato de recibirla con menos miedo. Me hago un café, enciendo una vela, me siento a escribir o simplemente me envuelvo en una manta y lloro si lo necesito.

No siempre me siento fuerte. Pero incluso en mis días más tristes, sé que estar sola no significa que mi vida no tenga valor. Significa que estoy aquí, sobreviviendo, creciendo, aunque sea lentamente.

¿Tú cómo vives tu soledad? Me encantaría leerte en los comentarios.

Con cariño,
Jade Nayara – Orquídea Renacida

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